El objetivo de cualquier viaje no es una ciudad o un puerto. Es un mito, una esperanza; el encuentro del pasado e incluso la inmortalidad. El aprendizaje es la recompensa.
Lo mas parecido a un viajero es un soñador. El viaje sustrae de la realidad habitual como lo hace el sueño. El viaje transporta al viajero por una sucesión de paisajes, hechos y gente extraña, que no comprende muy bien ni controla, del mismo modo que el soñador se ve pasear por su sueño sin poderlo guiar según su voluntad. El viajero sabe que lo que le rodea es irreal en la medida que no se corresponde a su mundo; en cualquier momento puede sustraerse a ello con un adios. Sabe que cuando quiera se irá, igual que el que sueña pocas veces pierde enteramente la conciencia de que viaja por un sueño del que despertará. Un viajero es un soñador que sueña despierto.
¿Cuan lejos hay que ir? La riqueza del viaje no se mide en kms, sino en descubrimientos. A veces la sorpresa salta a las puertas de casa. A veces simplemente la clave esta en mirar con otros ojos la realidad cotidiana que nos rodea, desprendernos de esos ojos mustios, de la mirada cansada, aburrida, y soñolienta con que observamos nuestra vida y calzarnos la vista con gafas de ilusion. No sé si se pueda hablar de buenos y malos viajeros, pero si algo ha de definir a los primeros, eso es la capacidad de sorpresa. El viajero es un niño que comienza a descubir el mundo y lo sigue descubriendo, sorprendido, maravillado e ilusionado, hasta el fin d sus dias. Sin la inocencia que permite la sorpresa, el viajero simplemente, no existe.
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