Sin duda alguna, la parte que detesto de un viaje fuera del país, es el control migratorio. Ya sea por vía terrestre o aérea, el martirio y los nervios son siempre los mismos.
Afortunadamente nunca he tenido ningún inconveniente grave, pero el sólo hecho de pensar en tener que pasar por el chequeo de pasaporte me pone los nervios de punta. Y es que, lamentablemente, por nuestra nacionalidad, debo aceptar, cargamos un gran peso encima. Ser mexicano, automáticamente te pone en la mira del policía bajo un gran cartel de "CUIDADO". Y no, no es que yo quiera sonar malinchista, es que ya lo viví en varios cruces fronterizos; mientras mi amigo Italiano solamente enseñaba su carta de identidad (ni siquiera el pasaporte), a mí me hacían una revisión detallada, bajo lupa, lámpara, computadora e inclusive con radios de comunicación externa, mientras yo, al no hablar ni entender el idioma del lugar, sólo captaba "askdlfjawi Mexicano, asfklaskdjf Ivan Raniero aosidfjakdflasdlfjsfl".
En auto, tren, avión, el mexicano siempre es de cuidado. En un viaje en tren, donde por aprox. 1 hora estuve fuera de la Unión Europea (y el tren jamás se detuvo), al volver a entrar a la UE, al mexicano, le tocó la revisión más exhaustiva, mientras que los americanos y europeos pasaban casi desapercibidos.
Al regresar en un vuelo con escala en Marrakech, al mexicano (para variar) le tocaba la revisión más cuidadosa del pasaporte. Con la presión encima, el vuelo próximo a despegar y dando la misma explicación más de cinco veces a un agente que con mucho esfuerzo hablaba y entendía inglés, mi escala en Marrakech se convirtió en un martirio en el cual lo único que pensaba era en qué momento se me había ocurrido ahorrarme unos pesos a cambio de tan mal rato. No fué sino hasta que se presentó otro agente con mayor fluidez para comunicarse, que la salida del país me fué permitida.
Por una razón u otra, como dice el dicho: "El que nada debe nada teme". Lo único que queda en ese momento es portarse lo más sereno posible, claramente hablar con la verdad, demostrar seguridad y regalar una gran sonrisa pues la sensación de ver al agente levantar el sello para colocarlo en el pasaporte es (paradójicamente) una de las más placenteras que existe.
Que levante la mano el que jamás haya tenido o se haya sentido por lo menos nervioso al pasar por migración.